— En tal caso, espabila, no sea que se
te escape el tre n, le dijo su
hermana.
— Tranquila, aún es pronto, y no hay
casi tráfico . Llegaré a tiempo, y todavía
me sobrará para tom arme un café.
Era obvio que Juan no se
estre saba por nada, ni siquiera
aquel día, en que re cibió la llamada
de su superior, que lo apre miaba a pre sentarse a un capítulo urgente de su co ngre gación
en plenas vacaciones.
Había llegado su hora, y
él lo sabía.
No necesitaba co rre r,
porque lo esperarían, sin duda. Los tiempos eclesiástico s
se miden co n otros re lojes. Pronto cambiaría su vida.
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