
Las contadas ocasiones en que visitaba su banco —la telebanca evitaba ese trago—, Adrián contenía sus escrúpulos y escuchaba hablar sin tapujos del dinero. Fuera de ahí, los que enumeraban precios sin pudor y sin freno lo descomponían. En él, lo prosaico de ese tema recurrente resultaba repugnante. Y no iba sobrado. Justificaba su extrema obsesión diciendo que nadie detallaba sus logros tras levantarse del inodoro, aspecto de la vida igual de necesario y corriente que el pecuniario. Algunos tienen problemas de regularidad y otros de solvencia, pero divulgarlos quedaba para los más íntimos: médicos o empleados de banca.
La foto o pintura es de las más elocuentes y sinceras que he visto. Habla por sí misma: el dinero, el puto dinero...
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