Acabo de ver en ibei que alguien subastaba una chapa doblada, con el argumento comercial de que los gastos de envío serían los mismos para una que para cien unidades.
Pasmado me quedo. Lo llamativo no es que haya subastadores de chapas, sino que también exista —intentaré seguir la subasta hasta el final— quien pague por conseguir algo de dudoso valor y con un aspecto indigno de una nostálgica colección de tapones de botella antiguos, se me ocurre. Aún más fascinante es ver cómo, en tiempos de crisis, pueden emparejarse necesidad y tecnología, en una versión cibernáutica del tradicional chamarilero.