
Aunque nuestra única raza sea la humana, pues el color de la piel es accidental, igual que la forma de la nariz, los ojos o la ondulación del cabello. Ahora cabe preguntarse si el nuevo emperador sabrá ponerse colorado ante las injusticias que promete erradicar, o blanco cuando se cabree mucho con algún líder amarillo, rosado o marrón de otras latitudes. La esperanza de su mensaje —¿verde, como el dólar?— ha llegado a todo el mundo democrático, y parece que hoy nos sentimos algo mejor dentro de nuestra epidermis. Enhorabuena, Obama, pero cuidado con jodernos lo último que queremos perder.
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