Estas crónicas no tendrán precio, sólo longitud: con cien palabras iré al meollo, destripando lo que merezca
serlo y loando lo que deba ser elogiado, en mi modesto entender, salvo que se piense que opinar
es un acto inmodesto por la distancia o la altura que ha de ocuparse para afrontarlo...
viernes, 12 de junio de 2009
Oremus perdido
El oficiante formulaba cada tanto una llamada a la participación: «¡Oremus!». Los fieles respondían, completando la oración. No todos sabían latín –más bien, casi nadie—, pero el imperativo era incuestionable. El que estaba en las batuecas retornaba de inmediato al rebaño.
Esto ocurría en España no hace tantos siglos.
Hoy mi ciberquejido, ya chillido impaciente, es otro exigente ¡OREMUS! para recuperar el hilo de la cordura o, mejor, para elegir celebrantes sensatos que conozcan la vaina, aunque no chapurreen latín, ni malamente inglés. El diletante pucelanoleonés ya no se digna aceptar misales ni guiaburros, con la liturgia tan avanzada.
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