
Sacó el librochicle que le pasaron. Sentada en el monorraíl neumático, Malena ya salivaba pensando en su contenido. Sólo desenvolvió el primer gusticapítulo. El tren llegaría antes y no percibiría más sensaciones durante el trayecto.
Antes de agotarse los árboles, las editoriales habían encontrado formas novedosas de transmitir las novelas que los escritores destilaban sin cesar. La semialucinación creativa era la más exitosa. Provocaba efectos idénticos a la antigua lectura: vivir otras realidades, imaginar el perfil —antaño, carácter o rasgos— de los personajes, por ejemplo. Para mascarlas con fruición, además, sólo publicaban las historias escritas con originalidad y sabor persistente.