Hace muchos años, me pidieron que
definiera, sin usar las manos, qué era una escalera de caracol. Obviamente, de
niño no tenía recursos lingüísticos como para decir que se trataba de una
sucesión de peldaños que avanzan formando una espiral ascendente centrada sobre
uno de los lados de cada escalón, y que, vista desde fuera, podría compararse
con un cilindro que sirve para superar elevaciones sin el engorro y el espacio que
exige hacer una escalera tradicional recta en rampa. Me habrían mirado raro.
Otro ejemplo de que un gesto del
dedo —una imagen— vale, como mínimo, estas cien palabras.
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