A
tres manzanas de su casa, tras girar la esquina del colmado, estaba el lugar
más acogedor del pueblo. Justo acudía cada semana a encontrarse con otras
personas similares. Cuando llegaba, debía despojarse en un banco de toda la
seguridad que daba ir cubierto con convicciones de muchos colores y hechuras.
Los
allí congregados —Justo lo sabía— impulsan a la humanidad, pues, como es bien conocido,
el mundo avanza gracias a respuestas dadas a los dilemas más acuciantes.
Justo
iba a ese mar de dudas a empaparse de incertidumbre. Así, algún día podría alcanzar alguna certeza, por
discreta que fuera.
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