viernes, 28 de mayo de 2010

Delicadeza

La observo con detenimiento, casi con cariño. Ya son años. Mi cuello no se dobla más, pero ella sigue ahí, fiel a la cita, como todas las noches. Hoy llevo camisa, y está algo mermada. No es como cuando visto un jersey de lana, o una camiseta de algodón.
Esos días todo cambia.
Será por el calor o por el tipo de tejido. Qué importa.
Tras unos segundos ambientativos, procedo, con mucha delicadeza.
Dos dedos bastan. Avanzo con ellos mientras aparto los faldones de la camisa con la otra mano. Finalmente, consigo sacar de su escondite la pelusilla umbilical. Sempiterna.

martes, 25 de mayo de 2010

El baúl sin estación


En el interior del baúl no había nada, pero aquél era una vacío incongruente, pues con sólo mirarlo, Fausto saturaba su vista. Quizás, por el forro trasnochado, estampado con ramos de retorcidos florones. Posiblemente, por el recuerdo intangible de lo que un día se apelmazó entre sus paredes, yendo y regresando, en incontables travesías de trenes y carruajes por el mundo. Seguro, por el deseo de volver a rellenar esa oquedad, y escapar enseguida de la rutina. Pronto volvería a viajar, lejos, para siempre. Su tierra lo asfixiaba. Se alejaría para bajarse de ese tren, antes de que faltasen estaciones.

jueves, 20 de mayo de 2010

Hope's Phone



Desde mi tribuna pixelada me gustaría pedirle, por favor, o exigirle, por compasión, al emperador Obama, ése que telerrige nuestra economía, que vuelva a levantar el auricular, aunque sea a cobro revertido, —total, después de Shangai, qué puede suponernos, ya gastamos en esa feria más que todos los Estados Unidos unidos, que me he enterado—; que levante el teléfono, decía, y le sugiera al de las cejas que haga las maletas y se pierda en la isla del billón sajón de mejillones, que es el único sitio donde su presencia hace gracia. Le obedecerá de nuevo, no lo dudo.

sábado, 15 de mayo de 2010

Invasión de los seres profundos (r.)


Como surgiendo de profundidades ignotas, cual montañas de hielo o aves fénix ocultas durante largas épocas, una plétora de entes apellidados «emergentes» ocupa a diario espacios de los medios. Son muy variados. El epíteto lo pueden compartir países, artistas, economías, acciones bursátiles, movimientos, artes o deudas, entre otros. Un verdadero catálogo de seres novedosos.
Cuando salgo de la piscina nadie me llama emergente, y ya me gustaría, o a mi reloj, del que sólo digo que es sumergible, ¡qué destino más humillante tiene!
Me avisen, por favor, con «carácter de urgencia» cuando lleguemos a la emergencia global: quiero estar preparado.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Aceptación


En la reunión expuse, de forma prolija, mis propuestas más innovadoras. Si todo iba bien, las ventas se dispararían enseguida, a costa de unos recursos mínimos o nulos. Genial.
Las caras compusieron una divertida colección de expresiones, desde el recelo, del más cauto, hasta el arrebato descarado, notorio a pesar del excesivo maquillaje, para mi gusto.
Diré, a fuer de sincero, que tampoco acababa de inventar la pólvora, pero sí la forma de quemarla con más chispa que anteriores artilleros de la mercadotecnia.
Sin votación, me faltó saber si logré la total unanimidad, o sólo una parcial (ésta era imposible).

domingo, 9 de mayo de 2010

Oportunos versus oportunistas


El oportuno interviene justo a tiempo, ni antes ni después. Luego hace mutis, o no, en cuanto concluye la razón de su actuación, que puede durar mucho.
El oportunista, por contra, se mantiene agazapado en atenta espera de su oportunidad. Si acierta, triunfa, y disfruta del éxito, sin miramientos. También desaparece luego, con la bolsa o el ego llenos.
En negocios, gana quien descubre la oportunidad. En el fútbol, se lleva el partido quien no desperdicia las que pierde el contrario.
En política, tristemente, los habituales las ven llegar, pero disimulan, incapaces, mientras se disipan, como si fueran a volver.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El apagón (revisitado)


Mientras el cacharro volaba brevemente hasta estrellarse en el fondo del contenedor para reciclado, Roberto tuvo tiempo de rememorar los magníficos momentos que le regaló cuando funcionaba. Diez años hacía pasado con ella; sin embargo, la nueva tecnología le forzaba a despedirse de una caja tonta que ahora lo era más, sólo porque no sabía codificar una señal compuesta de unos y de ceros: el colmo de la simplonería. Pronto regresaré aquí para tirar la batidora, la olla, la aspiradora o el cepillo de dientes, pensó, espero no ver nunca un contenedor para libros si se produce un apagón cultural.