
Los días de ese reino estaban contados, aunque aún fueran bastantes. Como su nombre indicaba, su desbarajuste progresivo era imparable, irremediable e irrecuperable. La energía no se transformaba, ya venía creada y sólo podía escurrirse como agua entre los dedos.
Los entropianos lo sabían, y no desperdiciaban el tiempo con inútiles tratamientos antiedad, es obvio. Vivían absorbidos en la arritmia del desorden, con cierta creatividad, cumpliendo la misión tácita de idear para sus descendientes pautas de máximo disfrute, físico y mental, hasta el advenimiento del caos definitivo.
Eran el único modelo trágico de carpe diem, sine die conocido hasta entonces.