
Ya fuera de la habitación, sentí que su despedida escondía un resquemor mal disimulado. No sabía si volvería a verla, tampoco si lo deseaba. Fallé al complacer sus expectativas con mi acostumbrada destreza. Hubo respuestas cortas, heladoras muestras de contrariedad, salpicadas de forzadas expresiones de alegría. Qué desazón. Debía solucionarlo, pero no de inmediato. Cada uno tiene su espacio, sin agobios. Basta un traspiés para disipar el atractivo, como una sola mentira para truncar todo un impecable historial de sinceridad. Pero no aguanté. Error. En diez minutos mi nic desaparecía de su lista de contactos, y yo de su vida.