
El cuerpo pide respuestas; la cabeza no las encuentra. Exhibir cadáveres rotos de futuros condenados a vestir chalecos mortíferos alimenta una demagogia sangrante e indefendible, pero los bombarderos del Tzáhal podían evitar que esa infantería aún inocente engrosara el santoral de mártires precoces, quedándose en sus hangares, y favoreciendo el entendimiento, por inviable que parezca.
La ley del Talión no cabe en este siglo, heredero de la venganza ¿justificada? y del derecho a la propia defensa del anterior. Si debemos compartir las consecuencias del conflicto, Israel no puede actuar simultáneamente como parte, juez y verdugo mientras exploramos nuestro ombligo occidental.
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